domingo, 8 de diciembre de 2024

La máquina de mi tío (El Taxista pervertido)

Roman, un taxista de barrio que siempre sabía cómo leer a la gente, estacionado en su Tsuru 2008. El coche tenía más carácter que funcionalidad: pintura descascarada, un sonido estridente de reguetón saliendo de los parlantes y un interior que olía a una mezcla de sudor y cigarro. "Siempre hay algún güero perdido en estos rumbos," pensaba mientras miraba a la fila de taxis afuera de la estación de camiones. "Hoy toca sacar para el chupe."

Y entonces lo vio. Un gringo nervioso con una maleta vieja, de esas que parece que esconden más secretos que ropa.El tipo vestía como un académico, o un espía, tal vez; traía gafas gruesas, camisa arrugada, y zapatos que habían visto mejores días. Pero la manera en que agarraba esa maleta con ambas manos lo delataba: algo importante traía ahí. Roman no dudó ni un segundo.

—¡Quítate, pendejo! —gritó mientras pasaba a otros taxis en la fila, ganándose un par de mentadas de madre y el claxonazo de un compañero. "Ni modo, la calle es de los vivos," pensó con una sonrisa mientras estacionaba su Tsuru justo frente al gringo.

Sin esperar instrucciones, Roman bajó, tomó la maleta del tipo y la lanzó a la cajuela como si fuera equipaje de aeropuerto.

—Súbale, güero, aquí le llevamos con estilo.

El extranjero, que parecía aliviado de haber encontrado transporte, se subió al asiento trasero y balbuceó algo en un español torpe. Roman no le prestó atención.

En el trayecto, el sol golpeaba el parabrisas como una amenaza directa, y el calor del interior del coche era insoportable. El gringo, sudando como si estuviera en un sauna, finalmente pidió algo en inglés, señalando una tienda de conveniencia.

—¿Qué, agua? ¿Chesco? Simón, aquí lo espero, güero.

En cuanto el extranjero salió del taxi, Roman vio su oportunidad. "Ni lo pienses dos veces, papá," se dijo mientras arrancaba el coche con un rugido. Por el retrovisor vio al gringo correr detrás de él, gritando desesperado. Roman no pudo evitar reírse.

—¡Pinche loco! ¿Qué traes, oro o qué? —murmuró mientras aceleraba y lo dejaba atrás.

Finalmente, tras recorrer varias cuadras, Roman se detuvo en una colonia de calles tranquilas, donde las casas tenían bardas altas y puertas automáticas. Estacionó el coche, bajó y abrió la cajuela.

La maleta estaba ahí, polvorienta pero intacta. La cargó al asiento del copiloto y, con la curiosidad picándole, comenzó a abrirla. Lo primero que encontró fue ropa. Camisas viejas, un par de pantalones arrugados. "¿Neta? ¿Puras garras?"pensó decepcionado. Pero cuando revolvió más, algo pesado y metálico cayó al suelo del coche.

Era una caja negra, compacta, con bordes pulidos y un diseño que parecía sacado de una película futurista. Roman intentó sacarla, pero esta cayó y todo abajo del asiento. Mientras tironeaba, sus dedos rozaron lo que parecían botones en uno de los lados de la caja.

De pronto, un sonido agudo llenó el auto, como el zumbido de un transformador. "¿Qué chingados es esto?" pensó Roman mientras sacaba la caja de abajo del asiento y veía  el panel de la caja comenzaba a iluminarse con símbolos que no entendía.

Y ahí, sentado en su Tsuru con la caja en el asiento, Roman se dio cuenta de que había robado algo mucho más grande de lo que podía manejar. Algo que cambiaría su vida por completo.

Con la caja en las manos y en el panel una barra que parecía que se estaba cargando,

La señora, con su cara roja de furia y una actitud que podía hacer temblar a cualquiera, golpeó la puerta del Tsuru con su mano abierta mientras Roman encendía un cigarro con la calma más fingida del mundo.

—¡Ándale, mugroso, quítate de aquí o llamo a la policía! —gritaba, haciendo un escándalo que ya empezaba a llamar la atención de los vecinos.

Roman, que no era hombre de dejarse, tomó una calada larga de su cigarro y exhaló despacio antes de responder:

—Mire, señora, ya entendí que le molesta, pero nomás termine lo que estoy haciendo y me quito. Y bájele dos rayitas, que no soy su marido pa' que me esté gritando.

Eso fue suficiente para desatar la furia absoluta de la señora, quien empezó a dar vueltas como si buscara algo con qué golpearlo.

—¡Tú quién te crees para hablarme así! ¡Eres un taxista de cuarta! ¡Ni siquiera deberías estar aquí! —bramó, mientras Roman apenas la miraba de reojo, concentrado en el panel de la máquina que ahora emitía un sonido extraño, como un zumbido metálico que parecía intensificarse.

De repente, el zumbido alcanzó un pico, y en la pantalla apareció un mensaje: "Transferencia en progreso..."

—¿Qué madres? —murmuró Roman, frunciendo el ceño.

Al levantar la mirada, Roman vio a una mujer de unos cuarenta y tantos años, de cabello negro recogido en un chongo apretado. Llevaba una blusa ceñida que realzaba sus curvas y unos pantalones ajustados, pero la expresión de desdén en su rostro opacaba cualquier atractivo que pudiera tener.

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La señora, sin dejar de gritar, se puso justo al lado de la puerta del conductor, con los brazos cruzados y una mirada de puro desprecio.

—¡Lárgate ya, maldito! ¡No quiero volver a ver tu pinche carro mugroso en mi entrada!

Roman, fastidiado, giró la llave para encender el carro, pero en ese instante la máquina emitió un chasquido y un destello brillante. La señora, sin previo aviso, se llevó las manos a la cabeza, tambaleándose como si algo invisible la hubiera golpeado.

—¿Y ahora qué le pasa a esta vieja? —dijo Roman, apagando el motor y bajando del carro rápidamente.

La mujer, con los ojos desorbitados, comenzó a respirar de forma errática, como si intentara orientarse en un lugar completamente extraño. Finalmente, se enderezó, pero su mirada era diferente.

—¿Qué... qué es esto? —dijo la señora, con un tono completamente diferente al que había usado antes, casi como si no reconociera su propia voz. Miró sus manos, sus brazos, y luego tocó su cara. Sus ojos se abrieron de par en par al verse reflejada en la ventana del coche—. ¡No puede ser! ¡Esto no es posible!

Roman, que todavía tenía la máquina en las manos, la miró con una mezcla de confusión y alarma.

—¿Doña? ¿Está bien?

La mujer se giró hacia él, y su expresión era de puro pánico.

—¿Qué hiciste? ¡Ese no es mi cuerpo!

Roman dio un paso atrás, incrédulo.

—A ver, a ver, ¿de qué habla? ¡Si usted es usted misma!

Pero la señora negó frenéticamente, agarrándose el pecho y luego apuntando a la máquina en las manos de Roman.

—¡Esa cosa! ¡Esa maldita cosa lo hizo! ¡No soy yo!

Roman, con el cigarro colgándole de los labios, observó la máquina como si esperara que le diera una respuesta. Finalmente, suspiró y murmuró:

—Chingao, ya sabía que robar gringos no era buena idea.

Roman miraba a la señora confundido mientras ella seguía tocándose los brazos y el rostro, claramente alterada.

—¡No mames! ¿Qué me pasa? —dijo, con una voz algo histérica.

Él dio un paso atrás, sosteniendo la máquina como si fuera una bomba a punto de estallar.

—¿Qué pedo con usted, doña? ¡Tranquila, nomás me iba a mover!

La mujer levantó las manos y se miró los dedos con una mezcla de pánico y fascinación. Luego, lo miró directamente, sus ojos llenos de algo que Roman no esperaba: familiaridad.

—¡Roman, cabrón! Soy yo. ¡Soy tú!

Roman se quedó congelado, sintiendo que el mundo daba vueltas.

—¿Qué? ¡No diga mamadas! Usted es usted, y yo soy yo. ¿Cómo que es yo?

Ella dio un paso hacia él, tambaleándose un poco en sus tacones.

—La máquina, güey. Esa cosa que tienes en la mano. Me sacó del taxi y ahora… ¡mira dónde estoy!

Roman miró la pantalla de la máquina, que mostraba un mensaje brillante: Transferencia completa.

—No puede ser… —murmuró, mientras las piezas comenzaban a encajar en su cabeza—. ¿Transferencia? ¿De qué fregados estás hablando?

La mujer, o lo que quedaba de Roman en ese cuerpo, señaló su propia cabeza con una expresión exasperada.

—¡Mi mente, güey! Mi pinche mente ahora está aquí, en este cuerpo de señora fresona.

Roman retrocedió un poco más, negando con la cabeza.

—¡No! ¡Esto no está pasando! Usted está loca.

—¿Ah, sí? ¿Quieres que te demuestre? ¿Quieres que te diga cómo te robaste la bocina de aquel antro el año pasado? ¿O qué tal el apodo que te pusieron en la secundaria por usar pantalones más apretados de lo normal? ¿O que te masturbas el el taxi cuando se suben chavas guapas?

Roman sintió que la sangre se le iba del rostro.

—¡Cállese! ¿Cómo sabe eso?

—Porque soy tú, idiota. —La mujer se llevó las manos a las sienes, frustrada—. ¡Esto es una locura! ¿Cómo fregados me voy a explicar con este cuerpo?

Roman bajó la mirada a la máquina, como si pudiera encontrar respuestas en el panel que todavía parpadeaba.

—No sé… no sé qué hiciste o qué hizo esta cosa, pero esto no puede quedarse así.

La mujer suspiró, levantando las manos como si estuviera a punto de darle un sermón.

—¿Y qué sugieres, cabrón? ¿Le decimos a alguien? 

Roman tragó saliva, el sudor empezando a empaparle la frente.

—Primero… primero hay que arreglar esto, güey. ¡Pero no sé cómo!

La mujer —o más bien Roman en su nuevo cuerpo— dejó escapar una risa amarga.

—Pues más te vale encontrar cómo, porque no pienso quedarme atrapado en este cuerpo para siempre. ¡No mames, Roman, esto está de la chingada!

Mientras los dos discutían, la realidad de lo que acababa de ocurrir empezaba a asentarse, y Roman sabía que había metido las patas hasta el fondo.

Roman, todavía sentado en su taxi y tratando de procesar lo que acababa de escuchar, miró a la mujer frente a él, quien seguía tocándose el rostro y el cuerpo como si estuviera atrapada en una pesadilla.

—A ver, a ver, ¿me estás diciendo que tú… tú eres yo? —preguntó Roman, señalando con un dedo a la mujer y luego a sí mismo.

La mujer, o mejor dicho, Roman en el cuerpo de la señora, asintió rápidamente, con una expresión de exasperación.

—¡Sí, pendejo! ¿Qué no lo entiendes? ¡Soy yo, Roman Peña, taxista, amante del karaoke y enemigo de los polis mordelones! ¡No sé qué hiciste con esa pinche caja, pero ahora estoy atrapado en este cuerpo!

El Roman original frunció el ceño y luego soltó una carcajada, aunque claramente era más nerviosa que divertida.

—Esto no puede estar pasando... Pinche sueño loco...

Pero al mirar la expresión seria y desesperada de "su" doble en el cuerpo de la mujer, algo en su interior comenzó a aceptar lo imposible. Miró alrededor; las calles del barrio estaban vacías, pero cualquier escándalo podría llamar la atención de los vecinos.

—Mira, mira, relájate —dijo Roman mientras se pasaba una mano por el cabello, claramente agobiado—. Si de verdad eres yo, tenemos que pensar bien qué pedo con esto. No podemos quedarnos aquí gritándonos en media calle. ¿Qué tal si entramos a la casa de esta vieja? Ahí podemos pensar mejor, ¿no crees?

El otro Roman, en el cuerpo de la señora, lo miró con los ojos entrecerrados, dudando.

—¿Y qué tal si alguien nos ve? ¿Cómo explicamos que tú, o sea yo... bueno, ya sabes a lo que me refiero, estamos entrando así como si nada?

Roman sonrió, esa sonrisa de malandro que siempre sacaba en situaciones tensas.

—¿Y tú crees que los vecinos no están acostumbrados a ver a esta señora gritándole a alguien? —dijo, señalándola—. Nomás hazte la loca y seguimos el show.

Con un suspiro resignado, el otro Roman asintió. Ambos caminaron hacia la entrada de la casa.

—Esto es tan raro... —murmuró Roman mientras observaba cómo su propio cuerpo, o lo que parecía ser él, se movía con pasos apresurados hacia la puerta de la casa.

Abrieron la puerta con la llave que la señora tenía en su bolsillo, y ambos entraron, cerrando cuidadosamente detrás de ellos. Ahora, encerrados en el hogar de la dueña del cuerpo que Roman ocupaba, los dos intentaron procesar lo que acababa de suceder.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el Roman original, mirando la caja metálica que había dejado sobre la mesa del comedor.

—Primero, averiguamos cómo chingados funciona esta cosa —respondió el otro Roman, cruzándose de brazos y mirando con disgusto el reflejo de "su" nueva apariencia en un espejo cercano—. Y segundo... vemos cómo hacemos para que esto no se quede así para siempre. ¡Porque ni madres que me voy a quedar en este cuerpo, güey!

Roman, aún confundido pero también intrigado, se dejó caer en una silla.

—No te preocupes, carnal. Si esto pasó, debe haber forma de revertirlo... Creo.




lunes, 2 de diciembre de 2024

La maquina de mi tio

Estaba profundamente triste por la muerte de mi tío, o mejor dicho, de mi tío abuelo. Él era el hermano de la mamá de mi mamá, y aunque en muchos aspectos era una figura autoritaria, su presencia siempre fue importante para mí. Era una persona extraña, muy callada, pero a la vez fascinante. Hablar con él era una experiencia única, ya que, aunque no fuera de muchas palabras, siempre tenía algo interesante que decir. Era un genio, realmente. Sabía muchísimo sobre historia, física, matemáticas y, especialmente, computación. Para alguien de casi 90 años, su conocimiento sobre tecnología era impresionante. Había vivido todo el proceso, desde los primeros días de las computadoras hasta las súper computadoras de última generación.

Lo extraño de todo esto es que,  hace unos 6 meses mi tío de repente perdió la capacidad de hablar sin razón aparente. Mi familia pronto se dio cuenta de lo mucho que me afectaba no poder conversar con él, de lo difícil que era para mí estar cerca de alguien con quien ya no podía compartir lo que más me apasionaba. Así que, de alguna manera, todos empezaron a involucrarse más en los temas que solía discutir con él: computadoras, videojuegos, tecnología. Mi mamá, que en realidad no sabía nada de esos temas, comenzó a hablar conmigo sobre ellos solo para hacerme sentir acompañado. Me parecía hasta gracioso verla intentar discutir sobre algo que no comprendía, pero al mismo tiempo, me hacía sentir que, de alguna manera, estaba conectando con él de nuevo.


Estábamos sentados en la oficina del abogado, esperando la lectura del testamento de mi tío. Él no se había casado, ni había tenido hijos, y aunque siempre supe las razones de eso, hoy todo parecía aún más real. Mi tío siempre fue una persona reservada, distante, y aunque podría haber tenido alguna novia en su juventud, nunca supo cómo relacionarse con las mujeres. No es que no le gustaran, simplemente le aterraba hablar con ellas y esto siempre me lo decía, en ese aspecto sentía que ramo iguales ademas me podía desenvolver con el y hablar de chicas sin que me juzgara, podía contarle todo, absolutamente todo.


Nunca imaginé que su herencia sería tan extensa. Durante años, mi tío había ahorrado, sin gastar en nada que no fuera estrictamente necesario, y al parecer había logrado acumular una fortuna considerable. Tenía varias propiedades: una casa en la playa, otra en una zona de clase media en la ciudad, y una lujosa en la zona rica, a la que siempre íbamos a verlo. En ese momento, mientras el abogado leía el testamento, me preguntaba qué sería lo que nos dejaría.

Cuando mencionó las propiedades, las cosas tomaron un giro inesperado. La casa lujosa y el dinero serían para mi mamá que en es día al parecer había decidido usar ropa inapropiada como en los últimos 6 meses era casi como un uniforme pantalón pegado con tacones de aguja y una camisa de escote me sentía muy mal por observar tanto a mi madre incluso una vez me cachó viéndola y no sé si se hizo tonta a propósito para no volverlo incomodo o si realmente no me vio, la casa en la zona de clase media iría para mi hermana mayor, y la casa en la playa sería para mi hermana pequeña. Mi mamá, que siempre fue tan recatada, esbozó una pequeña sonrisa al escuchar esto. Al principio, me sentí algo sorprendido, como si, al ser su sobrino, debería haber recibido algo más. No es que tuviera un interés particular en obtener algo, pero mi tío siempre había sido alguien importante para mí. Aún así, sentí una punzada de tristeza al ver cómo la herencia se distribuía entre ellos.


Lo más extraño fue cuando el abogado comenzó a leer la parte que me mencionaba a mí. “A mi sobrino Samuel, mi más grande amigo, le dejo lo más preciado para mí: mi computadora personal. Úsala con responsabilidad. Yo me divertí mucho con ella, espero que tú también. Tu madre te enseñará a usarla.” En ese momento, algo dentro de mí se encogió. Estaba feliz, claro, porque él me había dejado algo muy especial, algo que siempre asocié con él, con su mundo. Pero también me invadió una sensación extraña. ¿Mi mamá me enseñaría a usarla? Ella no sabía nada de computadoras, era casi un misterio para ella. Me sentí un poco desconcertado, pero al mismo tiempo agradecido por el gesto, porque sabía que, de alguna manera, esa computadora representaba una parte importante de mi tío, su vida, su pasión por la tecnología.

el abogado sacó una caja de madera lo que supuse que dentro estaba la computadora, era un caja pequeña así que se me hizo raro. El camino fue algo largo, mi familia estaba hablando de banalidades, no puse atención, hablaron de mudarse en unos meses a la vieja pero Lujosa casa de mi tío. Mi hermana habló sobre mudarse con su novio, algo que mis padres ya no parecían cuestionar, cuando hace unos meses ni siquiera lo querían cerca. No lo entendía, pero no presté mucha atención. Mi cabeza seguía dando vueltas, intrigado por lo que el abogado me había dicho: que me enseñaría a usar la computadora de mi tío.

"¿Cómo que enseñarme? Si yo sé usar una computadora, ademas mi madre no tiene la mas mínima idea de como usar una computadora actual, menos esta antigüedad”, pensé, mientras sentía el peso de la “computadora”. Era moderna, o de lo que moderno significa en los años 90, era completamente de metal, la curiosidad por la computadora crecía.


Después de la lectura del testamento, sentí una extraña liberación. Había sido una semana de doloroso desgaste, entre el velorio, las ceremonias y todas las cuestiones legales. El dolor por la muerte de mi tío aún me atravesaba, pero al mismo tiempo, había algo de paz en su partida. No era que no lo quisiera, sino que el sufrimiento en sus últimos años me había hecho cuestionar si aún quedaba algo por salvar entre nosotros. Me sentía como si todo eso hubiera sido una larga espera para este momento. Finalmente, ya estaba todo terminado. 

Bajé del auto y me dirigí a mi habitación, dejé la computadora en el escritorio y me senté frente a la computadora. Mi mirada se perdió por la ventana. Allí estaba ella, Minerva, como siempre, en su jardín. Esa mujer tenía algo que me atraía y aterraba al mismo tiempo. Pelirroja, de unos treinta y tantos, con una presencia casi imposible de ignorar aunque traté de concentrarme, algo en mí se encendió. Sin quererlo, mi mente comenzó a divagar, como tantas veces antes mi entre perinatales se puso dura, . De pronto, un golpe seco en la puerta me sacó de mis pensamientos.

—Samuel, ¿puedo hablar contigo un momento?, espero no estes haciendo cosas de adolescentes. 

Era mi madre. No pude evitar sentir un ligero desdén. Había algo en ella que me incomodaba últimamente.

Ella pasó, se sentó en la cama y me miró con curiosidad.
—¿Todo bien, amigo? —preguntó con suavidad.
—Sí… —respondí, aunque la tristeza en mi voz me delataba.

Mi madre me observó detenidamente antes de dirigir su mirada a la computadora que había pertenecido a mi tío, ahora en mi escritorio.
—¿Triste porque tu tío solo te dejó esa vieja chatarra? —comentó, con un tono que buscaba una respuesta, pero también con cierto escepticismo.

Negué con la cabeza y le respondí con sinceridad:
—En realidad, esa computadora es lo único que me hace feliz ahora.

Ella levantó una ceja, intrigada, mientras yo continuaba.
—No me importa el dinero, eso siempre fue más importante para ti y para mis hermanas. Pero para mí… —hice una pausa, eligiendo mis palabras con cuidado—. Fue algo especial para mi tío, y que me lo haya dejado significa mucho. Estoy triste porque ya no está con nosotros, pero tranquilo porque sé que ya no sufre más.

Al decir esto, me senté junto a mi madre y la abracé con fuerza, dejando que compartiéramos ese momento de melancolía y consuelo.

 Aun durante el abrazo podría sentir las tetas de mi madre en mi cara, no me molesto deje que continuara.

Mi madre empezó a reírse de una manera extraña, mientras aplaudía lentamente. Nos separamos, y yo me quedé mirándola, confundido. ¿Por qué mi tristeza le causaba tanta gracia?

—Bien, bien, Samu... —dijo entre risas—. No puedo aguantar más. Debo admitir que no puedo seguir con esto. Pero antes de continuar, déjame decirte que... pasaste.

La miré desconcertado.
—¿¿¿¿¿Pasé??? —repetí, casi incrédulo. Su tono me hacía pensar que se trataba de alguna especie de prueba absurda.

Ella sonrió aún más.
—Sí, Samu, pasaste.

Mi corazón se detuvo un instante al escuchar eso. Fruncí el ceño, sintiendo una mezcla de molestia y confusión.
—¿Samu? —dije en un tono firme—. Solo mi tío me llamaba así.

Su rostro cambió, y una sonrisa perversa apareció. 

—Medio año... —dijo mi madre, o al menos la persona que creía que era mi madre—. Medio año llevo con esta farsa, y no puedo creer que ni siquiera te diste cuenta. ¿Sabes, Samu? Llegué a dudar de tu inteligencia.

Su tono era extraño, casi burlón, y su forma de actuar me resultaba completamente fuera de lugar. Mi mente daba vueltas, tratando de encontrar sentido a lo que decía.

—¿Qué? —fue lo único que logré balbucear. Estaba en shock, incapaz de entender lo que me estaba diciendo.

—Ma... —empecé, sintiendo cómo la confusión se transformaba en frustración—. Estoy muy agotado y confundido. ¡Por favor, explícame qué está pasando! —le pedí, elevando la voz.

Ella —o quien fuera— dejó escapar una carcajada, y con un gesto dramático, dijo:

—Desde ahí estamos mal, Samu. No soy tu mamá.

El silencio en la habitación se volvió insoportable.

—¿Qué? —murmuré nuevamente, sin poder creer lo que estaba escuchando.

—Soy yo, el genial tío Lucas —anunció con una sonrisa, como si acabara de revelar el truco final en un espectáculo de magia.

La miré fijamente, con una mezcla de incredulidad y desconcierto. Aunque admito que esa manera de hablar era muy propia de mi tío Lucas, la situación no dejaba de resultarme profundamente perturbadora.

—¿Qué? —dije al fin, casi en un susurro—. Por favor, mamá, no hagas esto. Es de muy mal gusto.

Ella, o quien decía ser mi tío Lucas, suspiró con una expresión exasperada.

—Puff, sabía que serías escéptico. Eso me agrada de ti, Samu, siempre has sido un pensador crítico. Pero créeme, no estoy dentro del cuerpo de tu madre por elección. Fue un accidente.

Señaló con un gesto dramático la vieja computadora que había heredado de él. Mis ojos siguieron su mano, recorriendo el aparato con un renovado interés, mezclado con desconfianza.

—¿Una computadora que hace cambiar de cuerpo? —pregunté, incapaz de contener el sarcasmo en mi voz.

Ella negó con la cabeza con una sonrisa torcida.

—No, no cambié de cuerpo con tu madre. Lo que ocurrió es que... accidentalmente cloné mi mente en su cuerpo.

El aire se volvió pesado, y mi cerebro luchaba por asimilar lo que acababa de escuchar. Me llevé una mano a la cabeza, tratando de encontrar algo lógico en sus palabras.

—¿Clonaste tu mente...? —repetí, como si hacerlo en voz alta pudiera darme alguna claridad—. Eso es imposible.

Ella se encogió de hombros, con esa misma actitud despreocupada que siempre había tenido mi tío Lucas cuando explicaba algo que sabía que nadie más entendería.

—Bueno, no para mí, Samu. ¿Recuerdas lo que te decía siempre? “Todo es posible con suficiente creatividad... y un poco de caos”.

La frase me golpeó como un ladrillo. Era algo que mi tío Lucas decía todo el tiempo. Y por primera vez, empecé a preguntarme si lo que estaba diciendo podría, de alguna manera inexplicable, ser cierto.

La miré fijamente, tratando de procesar lo que acababa de decir. Esa frase, "El tío Lucas nunca compartía ese tipo de frases con nadie, solo conmigo", resonaba en mi mente, como un eco de mi infancia.

—El tío Lucas nunca decía esas cosas con nadie más, solo conmigo... —murmuré, cada vez más incrédulo.

Ella, o quien fuera, sonrió con ese aire despreocupado que parecía tan propio de él.

—Lo sé, Samu, porque soy yo. Y ahora déjame explicarte cómo terminé en esta situación tan ridícula.

Cruzó los brazos y señaló de nuevo la computadora, como si fuera el corazón de toda esta locura.

—Todo empezó hace unos meses. Encontré esa vieja computadora en un bazar. Desde el principio supe que no era una computadora cualquiera. Tenía un diseño extraño, experimental, como si hubiera salido de algún laboratorio secreto de una empresa o incluso del gobierno. No tengo idea de quién la construyó realmente, pero alguien había estado trabajando en ella. Las modificaciones eran evidentes, aunque estaba en un estado deplorable.

»Un poco de limpieza, soldé algunos transistores viejos, y... voilà, ¡prendió! Era hermosa, Samu.

La escuché en silencio, tratando de mantener la calma. Pero su explicación no ayudaba.

—Supongamos que por un momento te creo —dije finalmente, cruzándome de brazos—. Eso no explica cómo terminaste en el cuerpo de mi madre.

Ella sonrió como si estuviera a punto de contarme un secreto emocionante.

—Ah, espera, esto se pone mejor. ¿Recuerdas ese fin de semana en el que te fuiste al campamento de programación que te regalé?

Asentí, dudoso.

—Bueno, mientras estabas fuera, tu madre vino a mi casa por unas cosas que había olvidado. Yo estaba jugando con la computadora. En ese momento no sabía lo que era realmente, solo estaba experimentando, probando botones y configuraciones sin mucho sentido.

Su expresión cambió a una mezcla de frustración y humor negro.

—Y entonces... un botón, uno maldito botón, me llevó directo al cuerpo de tu madre.

La revelación fue como una bofetada. Abrí la boca para decir algo, pero las palabras no salían. Mi mente estaba completamente abrumada

El ambiente en la habitación se volvió insoportablemente tenso. Mis manos temblaban mientras escuchaba, y la náusea subía por mi garganta con cada palabra que pronunciaba. El tono despreocupado con el que describía su "ambición" y sus "errores" me revolvía el estómago.

—¿Te "divertiste un poco" con el cuerpo de mi madre? —repetí, con el rostro endurecido por la incredulidad y el asco—. ¿Cómo puedes decir eso tan casualmente? ¡Es mi mamá, Lucas!

El cuerpo de mi madre —o más bien, mi tío Lucas dentro de él— dejó escapar un suspiro, como si estuviera tratando de justificar lo injustificable.

—Lo sé, Samu, lo sé. Mira, nunca fue mi intención que las cosas llegaran a este punto. Pero tienes que entender... cuando recobré la conciencia en su cuerpo, fue extraño, confuso... y un poco emocionante, el peso de mis senos bato para encender algo dentro de mi. 

—¡Detente! —le grité, incapaz de soportarlo más—. ¿Te das cuenta de lo retorcido que suena todo esto?

Lucas levantó las manos como si intentara calmarme.

—Escúchame, Samu. Esto no fue fácil para mí tampoco. Después de ese primer accidente, no sabía cómo salir. Tu padre empezó a llamar y sospechaba que algo estaba pasando, y no podíamos simplemente decirle lo que había pasado. Así que fingí ser tu madre, temporalmente, hasta que pudiera encontrar una solución.

Apreté los puños, tratando de contener la mezcla de ira y desesperación que sentía.

—¿Y por qué sigues siendo ella? ¿Por qué no conseguiste otro cuerpo, algo más... adecuado? —dije, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura.

Lucas bajó la mirada, como si finalmente se sintiera un poco avergonzado.

—Porque no pude, Samu. Después de cientos de pruebas, logré salir de tu madre. Su cuerpo volvió a ser como antes, pero ella no recordaba nada de lo que había pasado. Pero por mi ambición seguí con las pruebas.. pero cometí un error fatal.

Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba que continuara.

—Un mal registro en la máquina. —Su voz temblaba ligeramente—. Borró su conciencia, Samu. Tu madre quedó como un cascarón vacío. Intenté de todo para revertirlo, pero no pude traerla de vuelta.

La habitación se quedó en un silencio mortal mientras procesaba lo que acababa de decir.

—¿Y tu solución fue simplemente... ocupar su lugar? —pregunté en un susurro, apenas capaz de contener mi indignación.

—No podía dejarla así, Samu. Era la única forma de mantener a la familia unida. No soy un monstruo... —dijo, aunque la culpa era evidente en su rostro.

Lo miré con los ojos llenos de lágrimas.

—Eres un monstruo, Lucas. Hiciste todo esto por tu ambición, por jugar a ser Dios.

No respondió. Solo me miró en silencio, como si aceptara el peso de mis palabras.

Samu estaba inmóvil, su mente aún luchando por comprender la magnitud de lo que le estaba diciendo. La idea de que su madre no estaba realmente presente en su cuerpo, sino que su tío Lucas había ocupado su lugar, lo dejaba destrozado. No sabía si sentir ira, tristeza o compasión. Todo se había vuelto tan confuso.

Lucas, dentro del cuerpo de su madre, parecía aguardar su reacción, como si de alguna forma esperara que Samu pudiera entender lo que estaba pasando. Después de unos segundos de silencio, Lucas dio un paso hacia él y habló con tono más suave.

—Samu… sé que esto no tiene sentido. Yo tampoco sé cómo llegamos hasta aquí. Nadie se prepara para esto. Pero estoy aquí, tratando de arreglar las cosas, aunque de una forma extraña, lo sé.

Samu lo miró, y por un momento no dijo nada. No podía, no quería. Estaba tan cansado de todo esto, de las mentiras, del dolor y del caos. Pero las palabras salieron, como si ya no pudiera detenerlas.

—Entonces… ¿qué se supone que haga? ¿Aceptar que mi madre está muerta y que ahora tienes el control de su vida? ¿Aceptar que eres el que cuida de mí, el que me aconseja, el que vive con nosotros?

Lucas tragó saliva, claramente sintiendo el peso de las palabras de Samu. Sabía que no era fácil. Había traicionado más que solo un cuerpo; había alterado la identidad de la familia, y ahora enfrentaba las consecuencias.

—No quiero que lo aceptes por obligación. No quiero que vivas con esto como si fuera normal. Yo no soy tu madre, Samu. No soy quien debería estar aquí, y lo sé. Pero de alguna manera, me quedé atrapado en esta situación. Mi deseo de corregir mis errores, de hacer las cosas bien, me llevó a actuar de manera equivocada. Te fallé.

Samu parpadeó, y por primera vez desde que Lucas comenzó a hablar, algo en su interior comenzó a calmarse. Quizás no podía cambiar lo que había sucedido, pero tal vez había algo en lo que podía trabajar. El dolor no desaparecía, pero las palabras de Lucas le daban una nueva perspectiva.

—¿Y qué se supone que debes hacer ahora? —preguntó Samu, aún sintiendo el nudo en la garganta, pero queriendo entender.

Lucas suspiró y se sentó en la cama, como si estuviera a punto de tomar una decisión importante.

—Mi mayor error fue pensar que podía solucionar todo sin tener en cuenta cómo afectaría a todos. Lo que hice no fue solo un error técnico; afectó la vida de tu madre, la nuestra, la tuya. Ahora, lo único que puedo hacer es asegurarme de que, aunque yo esté en este cuerpo, no te falte nada. Quiero que tú tengas lo que necesitas, Samu. Quiero que encuentres paz, que vivas lo que sea que te hace sentir que esta situación no destruye todo lo que conoces.

Samu asintió lentamente, el dolor todavía presente, pero con una sensación vaga de comprensión.

—Entonces... ¿qué harás? —preguntó Samu con voz tensa, los brazos cruzados y una mezcla de frustración y temor en sus ojos—. ¿Vas a seguir siendo mi madre? ¿Vivir como ella hasta que encuentres una forma de regresar a tu cuerpo?

Lucas negó con la cabeza lentamente, su mirada fija en Samu, aunque sus ojos seguían reflejando aquella extraña calma que lo ponía nervioso.

—Ella ya no está, Samu. —Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de peso—. La máquina puede replicar la conciencia de alguien, proyectarla en otro cuerpo, pero… cuando intenté traer a tu madre, simplemente desapareció. No hubo nada que salvar.

Las palabras se hundieron como piedras en el pecho de Samu. Quiso gritar, golpear algo, pero solo logró apretar los puños hasta que sus uñas se clavaron en su piel.

—¿Y ahora quieres compensarme? ¿Cómo se supone que vas a hacer eso? —espetó, su voz quebrándose un poco.

Lucas se acercó un paso, con las manos extendidas en un gesto de conciliación.

—No puedo devolver a tu madre, pero sí puedo ofrecerte algo que nunca pensaste experimentar. Una forma de entender lo que hice, por qué lo hice, y quizá, solo quizá, comprender mi perspectiva.

—¿Tu perspectiva? —Samu soltó una carcajada amarga, con los ojos ardiendo por la furia contenida—. ¿Qué se supone que significa eso? ¿Clonar mi mente en el cuerpo de mi madre como hiciste tú? ¡No, gracias!

—No. —Lucas sacudió la cabeza y sonrió con un toque de ironía—. Algo mejor. Algo que alguien de tu edad podría encontrar… revelador.

Samu frunció el ceño. Cada palabra de Lucas lo desconcertaba más.

—¿De qué estás hablando ahora?

—Un día en el cuerpo de Minerva, tu vecina de enfrente —dijo Lucas, su tono casi casual, como si fuera la idea más razonable del mundo—. Un solo día en su piel, viendo el mundo con sus ojos. Entonces entenderías, incluso si es solo una fracción, el éxtasis y la tormenta que pasé cuando crucé esa frontera.

Samu se quedó helado. La propuesta era tan absurda que tardó unos segundos en procesarla. Cuando por fin pudo reaccionar, su respuesta salió en un grito, cargado de incredulidad y rechazo.

—¡¿Un día en el cuerpo de Minerva?! ¿Estás loco? ¿Cómo puedes siquiera sugerir algo así? ¡Eso no va a solucionar nada!

Lucas no se inmutó. Permaneció sereno, como si ya hubiera anticipado la reacción de Samu.

—No espero que lo entiendas ahora —dijo suavemente—. Pero si lo intentas, aunque sea por un momento, podrías descubrir cosas que ni siquiera sabes de ti mismo. O de ella.

—No necesito entender nada —respondió Samu, su voz bajando, pero aún cargada de enojo—. Lo único que quiero es que las cosas vuelvan a la normalidad. Que mi madre regrese. Que tú... tú desaparezcas de su cuerpo.

El silencio que siguió fue como un abismo entre ambos, lleno de todo lo que no podían decirse. Lucas suspiró profundamente, como si el peso de sus decisiones lo estuviera aplastando.

—La normalidad se fue con ella, Samu —dijo al fin—. Y no va a regresar. Pero la decisión es tuya. Un día, solo un día, para que veas el mundo desde otro lugar. Eso es lo que te ofrezco.

Samu no respondió. Solo se quedó allí, sintiendo el peso del aire entre ellos, mientras la absurda propuesta de Lucas le hacía tambalear el suelo bajo sus pies, no podía negar que la idea le atraía a pesar del asco, la situación le excitaba. 

Samu apenas tuvo tiempo de procesar las palabras de Lucas antes de que el caos se desatara.

—Mira, no voy a esperar tu permiso —dijo Lucas con un tono casi despreocupado, como si estuviera proponiendo un juego inocente—. Te voy a clonar ahora en el cuerpo de Minerva. No te preocupes, tu cuerpo actual seguirá aquí, intacto, sin cambios. Pero el clon, el que estará en el cuerpo de Minerva, lo sentirá todo. Así que vive su vida hasta mañana.

—¡No! ¡Lucas, no puedes hacer esto! —gritó Samu, dando un paso hacia él con las manos alzadas para detenerlo.

—Si no te agrada, simplemente finge ser ella, hasta mañana y en la tarde vienes y sacare tu clon de su cuerpo, he intentare recuperar a tu madre, pero por lo mientras, Vive su vida, siéntela, sé ella, y no digas nada ni tengas comunicación contigo mismo hasta mañana. —Lucas esbozó una sonrisa torcida—. Te prometo que será lo más intenso, lo más divertido que hayas sentido nunca. Y cuando lo pruebes... después de la primera vez, solo querrás más.

Samu sintió que el pánico lo envolvía cuando Lucas agarró la máquina y comenzó a presionar botones con rapidez.

—¡No, detente! ¡Esto es una locura! —gritó Samu, lanzándose hacia él para arrebatarle el dispositivo.

Pero Lucas lo esquivó con agilidad, su expresión ahora completamente seria.

—Finge ser ella —fue todo lo que dijo antes de apretar el botón final.

Lo siguiente que Samu sintió fue un tirón extraño, como si alguien estuviera arrancándolo de su propio cuerpo. Su visión se nubló por un momento, y cuando volvió en sí, se tambaleaba en un lugar completamente desconocido.

Ya no estaba en su habitación.

Frente a él había una cocina que reconoció vagamente: el hogar de Minerva. El cuerpo que sentía no era suyo. Sus manos, más delgadas, su cabello cayendo sobre los hombros, todo se sentía ajeno. Al mirar hacia abajo, su ropa era distinta, y el reflejo en un espejo cercano le devolvió la mirada de Minerva.

Samu jadeó, atónito, mientras el miedo y la confusión lo consumían. ¿Qué hiciste Lucas?